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EL PRECIO DE LA PAZ. LAS CIEN DONCELLAS por Ifrit

Las tradiciones y el folklore forman parte de la identidad de un pueblo, pues como afirma el antropólogo Telesforo de Aranzadi abarcan todas las cosas que una colectividad sabe hacer, contar y cantar, es decir, tienen como finalidad recoger y recopilar las leyendas, tradiciones, ceremonias, fiestas, supersticiones, etc. La génesis del saber popular debemos buscarla en el hombre primitivo, el cual organizaba su vida basándose en las estaciones del año. Posteriormente evolucionó hacia un ciclo religioso, quedando patente así la importancia del sentir religioso en estas celebraciones; llegando a cobrar tanto auge, que Alfonso X el Sabio, en “las Siete Partidas”, concretamente en el título XIII de la Primera, hace la siguiente clasificación de las fiestas: “Las que la Santa Iglesia manda guardar para honra de Dios y de los Santos, así como los domingos y las fiestas de Nuestro Señor Jesucristo y de Santa María. Las fiestas que mandan guardar Reyes y Emperadores bien por honra de si mismos, como por nacimientos de sus hijos o por las victorias habidas contra los enemigos de la fe. Y las ferias, que son el día en que los hombres cogen los frutos, y, son de provecho comunal para todos”. Según esta clasificación, la fiesta de las Cantaderas, celebrada el quince de agosto en la ciudad de León, pertenecería al grupo de las que rememoran victorias contra los enemigos de la fe. Averigüemos porque.


Cuando la ciudad de León amanece jubilosa el cinco de octubre, festividad de San Froilán, patrono de la diócesis, comienza también la conmemoración de una antigua tradición: Las Cantaderas. Aunque no siempre se celebró en la misma fecha, ya que inicialmente se festejaba el quince de agosto; posteriormente se trasladó al veintinueve de junio y actualmente se conmemora, como acabamos de decir, el cinco de octubre. Este día se recuerda el tributo de las cien doncellas que el reino de León debía pagar al Rey moro. Esta celebración, aunque surge en la Edad Media, es en la Edad Moderna cuando adquiere verdadero auge y esplendor.

 Primero entendamos cómo se llevaba a cabo este festejo. Corría el año 1693 cuando Francisco Cabeza de Vaca Quiñones y Guzmán, marqués de Fuente Oyuelo, decidió recopilar el libro “Resumen de las políticas ceremonias. Cómo se debía gobernar la noble, leal y antigua ciudad de León”. En él encontramos la primera noticia publicada sobre cómo regular la fiesta de las Cantaderas. Nos describe minuciosamente cómo en la festividad de la Asunción de Nuestra Señora, el quince de agosto, se celebraba, en memoria de la batalla que habría librado el rey don Ramiro en los campos de Clavijo, una fiesta muy especial. Ésta daba comienzo cuando desde la Casa Consistorial salían los clarines y tambores. Tras ellos procesionaban las niñas procedentes de las distintas parroquias, en memoria del tributo de las cien doncellas, las cuales iban acompañadas por el Corregidor, los Regidores y cuatro maceros.
Esta procesión, que acababa en la Catedral, se repetía año tras año como acción de gracias, pues en esta batalla se liberó al reino de León del nefando tributo de las cien doncellas, el cual le había sido impuesto a Mauregato.
Es momento de revisar la historia. Desde finales del siglo VIII y mediados del IX d.C., durante los años que ocupan los reinados de los reyes Mauregato a Ramiro I, el reino de Asturias tiene que hacer frente a los árabes que luchan por la conquista de las tierras castellanas. El agotamiento de las tropas cristianas, las dificultades para encontrar colonos que se asentaran en las zonas reconquistadas, la superioridad del ejército árabe y sus victorias son los hechos más señalados que ocurrieron durante los 79 años que nos ocupan. Y entre todas esas desgracias, derrotas militares, problemas sociales, políticos y económicos nace una leyenda: la del tributo de las cien doncellas.
Hispania, siglo octavo: casi toda la península está en manos de los árabes. Resisten a la conquista omeya dos pequeños reinos del norte: Asturias y Navarra. El reino de Asturias, que ocupaba una estrecha franja norteña (territorios que actualmente coinciden con Asturias, Galicia, Cantabria y León, entre otras), era muy débil e incapaz de hacer sofocar y detener los continuos envites y enfrentamientos de las tropas del emir de Córdoba, Abd al-Rahman I.
Rey Mougerato

 El origen de esta historia debemos buscarlo en la figura de Pelayo, autor de la restauración inicial de la cristiandad española, el cual en sus diecinueve años de reinado estuvo siempre acompañado por su consorte Gaudiosa y sus hijos Favila y Ermesinda, a quien casaría con Alfonso, hijo de Pedro, duque de Cantabria. A la muerte de Pelayo, es su hijo Favila quien hereda el trono, pero muere tempranamente tras ser atacado por un oso. Le sucede Alfonso I, marido de Ermesinda, hija de Pelayo, con quien tuvo dos hijos, Fruela y Adosinda, y un bastardo: Mauregato, con una esclava mora muy hermosa. Tras Alfonso I el trono pasa a su hijo Fruela I que es sucedido por Aurelio, y éste a su vez por Silo, marido de Adosinda, que muere sin hijos. Es entonces cuando Adosinda apoya al joven Alfonso, hijo de su hermano Fruela, para que acceda al trono. Pero Mauregato se apodera del reino y Alfonso huye a Álava con los familiares de su madre Munia.
De este modo llega Mauregato al poder y se instala en la capital del reino: Pravia. Asciende al trono en el año 783, pero a duras penas controla el gobierno de su reino en peligro por las deudas contraídas con los árabes con cuyo apoyo había obtenido la corona y por sus constantes ataques. En una maniobra desesperada por recuperar la paz, el rey asturiano se ve obligado a firmar un tratado de paz con el emir de Córdoba, Abd al-Rahman I.
 Entre las férreas condiciones del tratado, se exigía una total y absoluta dependencia de los reyes cristianos hacia el emirato cordobés. Cada año de feudo y fuero perpetuo, debía garantizarse el pago de diez mil onzas de oro, diez mil libras de plata, diez mil caballos y otros tantos mulos, mil lórigas, mil espadas y mil lanzas. A esto había que unir la entrega de cien doncellas. Mujeres jóvenes y hermosas, cuyo origen se correspondía con las dos clases sociales principales de la época: cincuenta nobles y cincuenta de la clase baja o campesina. Las cincuenta doncellas de origen noble tenían como fin el martirio y las cincuenta plebeyas, para los placeres de la carne.

Según el obispo de Toledo, don Rodrigo Jiménez de Rada y el historiador Luis Alfonso de Carballo autor de la obra “Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias”, publicada en el año 1695, la condición era clara: las mujeres debían ser doncellas, a cuenta del valor que la virginidad tenía en aquella época, especialmente para las dos religiones: la cristiana y la musulmana.
Según esto, al ejército cristiano se le encomendaba la labor de buscar, reunir y escoltar, hasta el punto de encuentro, al grupo de vírgenes. Ese lugar de intercambio sería el pueblo asturiano de El Entrego, (topónimo cuya legendaria etimología haría alusión a un término más amplio: “el entrego de las doncellas”). Allí, las jóvenes pasaban al control y supervisión de una mujer mora (denominada la hotadera o sotadera), que las acompañaba a Córdoba y durante el trayecto las instruía en artes amatorias, en poesía y danza.
De acuerdo con Luis Alfonso de Carvallo, los nobles que entregaban una doncella cobraban, de parte de los árabes, en el momento de entregarla, quinientos sueldos y si la doncella no tenía origen noble, trescientos sueldos. Sin embargo, muchas familias se negaban a aceptar el dinero y lo tiraban al suelo, provocando peleas y pequeños motines entre los soldados que recogían las monedas.
Aunque el pueblo no conocía el destino final de las doncellas (la muerte o el concubinato y la prostitución), el pater familias (padres, hermanos y tíos, que debían entregar a las mujeres) se negaba y planeaba las excusas más inimaginables, con el consentimiento de las doncellas, para impedir tal entrega: falsos embarazos, pérdida forzosa de la virginidad, ingreso y profesión en un convento. Otras mujeres, que no contaban con apoyo familiar y tenían que defenderse solas, solían autoinflingirse amputaciones en miembros (manos o dedos). Las menos aceptaban con resignación, en nombre de la fe que profesaban, su cruel destino.
 Este hipotético tributo es el causante de que desde el siglo XII en adelante, Mauregato aparezca en la documentación como un monarca odiado por sus súbditos. Tras la muerte de Mauregato ocupa el trono Bermudo, al que sucede Alfonso II y, por fin, Ramiro I (842-859). Durante todos estos años, se supone que el castigo de entregar el tributo de las doncellas seguía en vigor. De Ramiro I cuenta la historiografía que fue un rey justo y noble, y que al comienzo de su reinado recibió el encargo por parte de los moros de que cada año debía entregar las doncellas tal como lo había hecho en otro tiempo Mauregato.
Es importante destacar que según la leyenda, el tributo se cobró anualmente, desde el 783 (fecha en que lo firmó el rey Mauregato) hasta el 862 (aproximadamente), pero la resistencia popular era cada año mayor. Así, en el año 790, reinando Bermudo I, el linaje asturiano de los Miranda se negó a tal entrega. Alvar Fernández de Miranda y otros miembros de su familia, persiguieron a los soldados que custodiaban a las doncellas y los atacaron, para liberar a las mujeres. En recuerdo de esta liberación, los descendientes de la casa de Miranda pintaron cinco caras de doncellas en campo de gules, sosteniendo en sus manos cinco conchas de peregrinos y alrededor del escudo, dos serpientes enlazadas por la cabeza y la cola.
Se dice que el escudo que describimos, con la corona del marqués de Valdecarzana, puede verse en el edificio que alberga la Audiencia Provincial de Oviedo. Detalle del escudo con cinco doncellas, las cinco que salvaron, y cinco conchas de peregrino, que se colocaron tras la batalla de Clavijo; misma que se menciona a continuación.
 Bandera de la batalla de Clavijo
Bandera de la batalla de ClavijoComo se mencionó antes, al rey Ramiro I se le exigió el mismo tributo por parte de Abd al-Rahman II; ante tal petición, según el relato de Lucas de Tuy escrito en el siglo XIII, reunió a su hueste y, entrando en tierra enemiga, destruyó todo lo que encontró a su paso hasta Nájera, pero las tropas ya exhaustas por la batalla, y ante la llegada de nuevos refuerzos por parte del enemigo. Carvallo describe la escena con estas palabras: “Las arengas de los capitanes de un bando y otro interrumpen el sonido de las trompetas, las cajas, los
                                                                       tambores y los gritos árabes y es el momento de enfrentarse ambos ejércitos. Caen muertos de uno y otro lado, uno atravesado por la espada; otro, aseteado por una flecha; algunos, muertos por las piedras que lanzaban con las hondas; otros, atropellados por los caballos. Fue una batalla muy sangrienta”.

Apóstol Santiago contra los infieles
Apóstol Santiago a caballo luchando contra los infieles
Apostol Sntiago contra los infielesAl llegar a Albelda tuvieron que retirarse hasta un monte llamado Clavijo. Allí pasaron toda la noche en oración. Es entonces cuando el Apóstol Santiago se le apareció a Ramiro I dos veces: la primera en sueños para darle ánimos, y la segunda en el fragor de la batalla, montado sobre un caballo blanco y portando una bandera blanca, derribando cerca de setenta mil infieles, acabando así con el vergonzoso tributo de las cien doncellas.

Apóstol Santiago contra los infieles
 Es en este punto es donde la historia se convirtió en leyenda. Los mayoría de historiadores mantiene, sin embargo, que el tributo de las cien doncellas nunca existió, que fue una leyenda inventada en el siglo XII para justificar el impuesto llamado “El Voto de Santiago”, cobrado en beneficio de la Iglesia de
Apóstol Santiago a caballo luchando contra los infielesSantiago de  Compostela, por el cual, anualmente, se daba a esta iglesia una cantidad de trigo y vino para el sustento de sus canónigos. Así mismo se estableció que, de todo lo que ganasen en la batalla contra los infieles, los caballeros cristianos, debían dar una parte a la iglesia. Así, la Batalla de Clavijo, el tributo de las cien doncellas y el voto de Santiago fueron los cimientos para que el culto a Santiago se expandiese rápidamente. Dichos privilegios fueron abolidos por las Cortes de Cádiz (1812).

Leyenda o realidad, el tributo de las cien doncellas se conserva en la literatura oral y en manifestaciones artísticas, cuadros e iglesias. En el “Tímpano de Clavijo”, en el interior de la catedral de Santiago de Compostela, se observa a Santiago y seis figuras de mujer en actitud de agradecimiento: tres a la izquierda y tres a la derecha de la figura del Apóstol Caballero. Por la sencillez de su indumentaria, las primeras pueden representar doncellas de condición humilde: en tanto que las segundas, por sus adornos, representarían las de elevado linaje.

Esta celebración o conmemoración es una tradición muy arraigada en Asturias y Galicia, extendida por otros lugares como León, Simancas o Carrión de los Condes. Tras la victoria de Clavijo, las mujeres cristianas saldrán en procesión religiosa, cantando y bailando. La tradición se mantiene con las “cantaderas”, que todavía procesionan en algunos pueblos de Galicia y León.

 Figura del Minotauro con cuerpo de hombre y cabeza de toro
Figura del Minotauro con cuerpo de hombre y cabeza de toro
Resulta importante destacar  que a lo largo de la historia la entrega de doncellas como tributo al vencedor fue algo frecuente. Esta circunstancia ya aparece en la mitología griega cuando Minos, rey de Creta, suplica a Poseidón que haga brotar un toro de las aguas. Éste, cautivado por la belleza del animal, enoja a Poseidón, el cual en venganza hace que la esposa del Rey tenga una criatura mitad hombre mitad toro: el Minotauro, que fue encerrado en un laberinto por Minos. Para alimentarlo cada año debían entregarle siete doncellas y siete mancebos, hasta que Teseo penetró en el laberinto y le dio muerte, liberando así a los atenienses de tan odiado tributo.



Referencias para saber más.

Carvallo, Luis Alfonso de: Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias, (editado en el año 1695), Ayalga Ediciones, 1977, p. 204.

HOYOS SAINZ, L. DE, HOYOS SANCHO N. DE. Manual de folklore: la vida tradicional en España. Madrid: Ediciones Istmo, 1985.

Milans del Bosch y Solano, J.J.: “Santiago Caballero y el legendario tributo de las cien doncellas”, Actas del III Congreso Internacional de Asociaciones Jacobeas celebrado en Oviedo del 9 al 12 de octubre de 1993, p. 343-349, hic p.345.

RESUMEN de las políticas ceremonias con que se gobierna la noble leal y antigua ciudad de León. Recopiladas por Francisco Cabeza de Vaca Quiñones y Guzmán, marqués de Fuente Oyuelo. León: Editorial Nebrija, D. L. 1978. Ed. Facsímil.

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